martes, 19 de octubre de 2010

Red New York

Rojo, rojo intenso. Todo perfecto, todo encajaba a la perfección. Ellos, Nueva York... ellos. Ella, rojo intenso, rojo pasión.
Nueve y cuarto en La Quinta Avenida, nueve y cuarto en La Quinta Avenida... no paraba de repetírselo una y mil veces... quizás para recordar que era real, quizás para acordarse de que no se trataba de un sueño como los otros, como los muchos otros.
Las nueve y cuarto, ni un minuto más ni uno menos, allí estaba ella, llave en mano, ilusión, esperanza, felicidad y rojo pasión... rojo pasión.
Mientras esperaba miró al cielo...ennegrecido, azul sombrío, gris...soltó una carcajada. Resultaba que siempre había querido saber que llegaría a sentir la gente en aquellas calles de la gran ciudad, bajo esos inmensos y descomunales rascacielos...y es que allí estaba ella. Una noche cualquiera de un mes cualquiera en la ciudad de las ilusiones.
Ilusiones...y digo ilusiones, porque al final, al igual que los sueños, las ilusiones, ilusiones son.
Y es que esperó, esperó, esperó y desesperó... y es que por más que lo intentó, nunca apareció, por más que intentó encontrar a la gente, por más que intentó recoger las lágrimas antes de que tocasen el suelo, por más que intentó ver las estrellas de la noche, por más que intentó iluminar con su sonrisa el gran vacío de su corazón, por más que intentó encontrar aquel final feliz que tanto necesitaba, por más que bailó bajo los rascacielos para olvidar, por más que intentó conservar el rojo pasión, por más que intentó gritar...no pudo. Porque con el corazón roto, las alas partidas y el alma arañada, no se sabe gritar.

¿Por qué?
Nueva York y ellos...lo saben.